San Vicente “Pueblo que desbordado de afán trabaja la tierra, pueblo que construye una iglesia, una escuela, el camino, la cancha de fútbol, el salón comunal ;pero sobre todo, pueblo de gente humilde que en ese lugar del universo, durante el siglo XX, encontró un escenario propicio a la lágrima y a la risa, el lugar dotado de la fertilidad necesaria para que la ilusión germine.”
Pueblo de agricultores. En su mayoría gente adulta en una tierra fértil y bendecida, que al principio fue prodigada con maíz, caña de azúcar (trabajada en un antiguo trapiche donde producían dulce y maqueta que vendían a las fábricas de licores), café. Actualmente, con variedad de hortalizas y arracache vendidos en la Ciudad como un bien preciado por ser producidos de manera orgánica.
Pueblo de músicos apasionados. Algunos se arriesgaron a salir impulsados por el talento del que harían una actividad económica. Otros se quedaron para deleitar por doquier las calles de San Vicente, antes con instrumentos como la bandolina, el violín y la guitarra, que también en la actualidad se ejecuta, junto al güiro, el acordeón, los bongoes y, en ocasiones, la organeta.
San Vicente de Ciudad Quesada, San Carlos, color. Blanco: nubes, que parecen estar por debajo de nosotros, tentándonos a tirarnos sobre ellas; La caída ancha y vigorosa del chorro de agua de su catarata; y las estrellas, a quienes la altura de la tierra nos acerca. Azul: el cielo limpio, los volcanes y montañas, tan cerca y tan lejos a la vez. Verde: sus muy extensos repastos y las montañas próximas. Negro y café con leche: las vacas de Costa Rica que pastando adornan el paisaje. Rojo: los atardeceres y la sangre de gente humilde, trabajadora de un corazón noble y confiado. Y como es tan inmensa su hermosura, todos los demás colores en infinidad de pájaros e insectos que despiertan la mañana y apagan el atardecer.
San Vicente de Ciudad Quesada, San Carlos, en olores: !Wow! Los pinos que llenan de fragancia las navidades pueblerinas Eucaliptos que además de su belleza aportan el aroma de la calma. El olor de la comida que se traduce en hogar, aunque se venda en la soda del pueblo o en sus famosos turnos nos transporta al hogar de nuestras madres o abuelas, inmersos en un sabor a tradición. El olor de la boñiga en el camino nos conduce al pasado hasta encontrarnos con los productos del ganado criollo: todo eran potreros, mantequilla lavada y leche que se vendían en las casas o se bajaba con dificultad a vender a pueblos vecinos.
Hoy ese olor y gracias al arduo trabajo es evidencia de una enorme producción de leche, vendida a una de las empresas más grandes del país y de otros productos como natilla y queso que aparecen en supermercados de la ciudad.
Gracias a la gente unida, devota a Dios, organizada, que luchó con trabajo y unos pocos céntimos para estudiar, producir, construir el bello pueblo, el San Vicente de Ciudad Quesada, San Carlos hoy.
“¡Qué formidable eres por tus obras!” Sal 66:3